Solo a Dios la gloria

Evangelio

"Oirá el sabio, y aumentará el saber, Y el entendido adquirirá consejo"

Proverbios 1: 5

La fe que salva

Se habla de la fe como ciertas creencias o simplemente asociada a la idea de la religión.

¿Y cuál es la fe de la que habla la Biblia? Pues es la fe en Cristo para salvación, y es una doctrina fundamental para comprender el mensaje del Evangelio el cual es el tema general de la Biblia.

Este artículo explora cómo la fe en Jesucristo, según lo revelado en la Biblia, es el único medio y fundamento para la justificación y la promesa de la vida eterna, destacando el papel vital que desempeña el Espíritu Santo en este proceso transformador.

El fundamento de la fe salvadora

La fe salvadora se basa en la creencia de que todo lo que Dios ha revelado en su Palabra sobre Cristo es verdad.

Esta fe no es meramente intelectual, sino una confianza viva y activa en Jesucristo para la salvación y la justificación ante Dios.

Pablo lo expresa claramente en Romanos 10:9, «que, si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo».

Este versículo subraya la importancia de creer en la resurrección de Jesús como fundamental para la fe cristiana.

Hebreos 11:1 amplía nuestra comprensión de la fe: «Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve».

Este versículo resalta la naturaleza de la fe como confianza en las promesas de Dios.

Justificación por la fe

La doctrina de la justificación por la fe sostiene que, a través de la fe en Jesucristo, los pecados de un creyente son perdonados y se le cuenta la justicia de Cristo. Efesios 2:8-9 afirma, «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe».

Esta enseñanza enfatiza que la salvación es un regalo inmerecido de Dios, accesible únicamente a través de la fe en Jesucristo, no por las obras humanas.

Podemos mirar a Gálatas 2:16, que dice: «sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe en Jesucristo, nosotros también hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo y no por las obras de la ley; porque por las obras de la ley nadie será justificado».

Este versículo refuerza la enseñanza de que la justificación viene por la fe en Cristo, no por adherirse a la ley.

El papel del Espíritu Santo

El Espíritu Santo es esencial para la fe salvadora, ya que obra en el corazón del creyente para convencerlo de pecado, guiarlo al arrepentimiento, y fortalecerlo para vivir una vida que refleje la santidad de Dios.

Tito 3:5-6 ilustra esta verdad, diciendo, «nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador».

Estos versículos muestran cómo el Espíritu Santo juega un papel crucial en la regeneración y renovación del creyente, permitiéndole vivir una vida que honra a Dios.

Además de Tito 3:5-6, Juan 14:26 ofrece una profunda comprensión del papel del Espíritu Santo: «Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho».

Este pasaje indica cómo el Espíritu Santo actúa como nuestro maestro y recordatorio de la verdad divina, guiándonos en nuestro camino de fe.

Llamado a la santidad

La fe salvadora no solo justifica al creyente ante Dios, sino que también lo llama a vivir una vida de santidad.

1 Pedro 1:15-16 exhorta, «sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo».

La santidad, en este contexto, implica vivir una vida que se distingue por el alejamiento del pecado y la obediencia a Dios, un fruto natural de una relación auténtica con Jesucristo, alimentada y fortalecida por el Espíritu Santo.

Para profundizar lo dicho en 1 Pedro 1:15-16, podemos incluir 2 Corintios 5:17, que declara: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí, todas son hechas nuevas».

Este versículo subraya la transformación radical que ocurre en la vida de quien cree en Cristo, señalando hacia una vida de santidad y renovación espiritual.

Conclusión

La fe bíblica es la fe salvadora, un regalo divino que abre la puerta a una relación transformadora con Dios a través de Jesucristo.

Al aceptar a Cristo como Señor y Salvador, el creyente es justificado ante Dios y recibe la promesa de la vida eterna.

El Espíritu Santo desempeña un papel indispensable en este proceso, obrando en el corazón del creyente para producir una vida caracterizada por la santidad y el amor a Dios.

A través de la fe en Jesús, los creyentes son llamados a vivir vidas que reflejen la gracia y la verdad de Dios, demostrando el poder transformador del evangelio.

Jesucristo: El Mediador Divino entre Dios y el Hombre

En el corazón del cristianismo se encuentra una verdad fundamental: Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, es el mediador designado divinamente entre Dios y la humanidad.

Esta afirmación encapsula la esencia de la fe cristiana y el misterio de la salvación, ofreciendo una ventana a la profundidad de la gracia divina y al plan redentor de Dios para la humanidad caída.

A través de la encarnación, la vida, la muerte, la resurrección y la ascensión de Jesús, se revela el carácter de Dios y su amor incondicional por sus criaturas.

Este artículo busca explorar la significancia de Jesucristo como mediador, examinando su obra redentora y su papel eterno como Profeta, Sacerdote, Rey, y Soberano del universo.

Encarnación: La Unión de lo Divino y lo Humano

Jesucristo, siendo en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres (Filipenses 2:6-7).

Esta humillación voluntaria es el fundamento de la mediación cristiana.

Al asumir la naturaleza humana, pero sin pecado, Jesús se convirtió en el puente perfecto entre la humanidad y Dios.

Su encarnación no solo revela la profundidad del amor de Dios, que no despreció revestirse de la fragilidad humana, sino que también establece el modelo para la verdadera humanidad, viviendo una vida en perfecta obediencia a la voluntad de Dios.

Cumplimiento de la Ley y Sacrificio Expiatorio

La vida terrenal de Jesús fue un testimonio de obediencia y servicio.

Al cumplir con la ley mosaica perfectamente, demostró que era el justo Siervo de Yahvé, predicho en las Escrituras, cuya vida sin pecado se convirtió en la base para nuestra justificación.

Sin embargo, su obediencia no se limitó a la vida; se extendió hasta la muerte, incluso la muerte de cruz (Filipenses 2:8).

En su sacrificio expiatorio, Jesús asumió el castigo por nuestros pecados, ofreciéndose a sí mismo como el Cordero sin mancha que quita el pecado del mundo.

Su muerte en la cruz no es solo el centro de la historia de la salvación, sino también la manifestación suprema del amor y la justicia de Dios, reconciliando a la humanidad consigo mismo.

Resurrección y ascensión: La victoria sobre la muerte y el pecado

La resurrección de Jesucristo al tercer día es el sello divino de aprobación sobre su sacrificio y una declaración poderosa de su victoria sobre la muerte y el pecado.

Esta victoria no solo valida todo lo que Jesús enseñó y realizó durante su ministerio terrenal, sino que también garantiza nuestra esperanza de resurrección y vida eterna.

La ascensión de Jesús al cielo, donde se sienta a la diestra del Padre, marca el inicio de su ministerio celestial como nuestro gran Sumo Sacerdote que intercede por nosotros.

Desde esta posición de autoridad y honor, Jesús continúa su obra mediadora, asegurando que las bendiciones de su sacrificio redentor sean aplicadas a todos los que confían en él.

Jesucristo: Profeta, Sacerdote, y Rey

La mediación de Jesucristo se extiende a través de sus oficios de Profeta, Sacerdote, y Rey.

Como Profeta, Jesús reveló definitivamente la voluntad de Dios para la salvación de la humanidad y continúa hablando a su pueblo a través de su Palabra y Espíritu.

Como Sacerdote, él ofreció el único sacrificio efectivo por los pecados y ahora intercede por los creyentes ante el Padre.

Como Rey, él gobierna sobre su iglesia y sobre el universo, guiando y protegiendo a su pueblo hacia la consumación de su reino.

Soberano del universo

La soberanía de Jesucristo sobre el universo es una afirmación de su divinidad y señorío absoluto.

Todo poder le ha sido dado en el cielo y en la tierra (Mateo 28:18), y él reina sobre todas las cosas para la iglesia, su cuerpo (Efesios 1:22-23).

En su gobierno, Jesús está activamente involucrado en dirigir la historia hacia su destino final, cuando todas las cosas serán sometidas bajo sus pies y Dios será todo en todos (1 Corintios 15:28).

Conclusión

Jesucristo, el mediador divinamente designado entre Dios y el hombre, es el centro de la fe cristiana y la esperanza de la humanidad.

Su obra redentora abarca su encarnación, vida sin pecado, muerte expiatoria, resurrección victoriosa, y ascensión gloriosa, culminando en su ministerio celestial actual como Profeta, Sacerdote, Rey, y Soberano del universo.

En Jesucristo, Dios ha provisto el único camino de salvación, invitando a todos a recibir por fe el don de la vida eterna.

La mediación de Cristo asegura que, a pesar de nuestra rebelión y pecado, podemos ser reconciliados con Dios, vivir bajo su señorío redentor, y esperar con confianza la plena salvación de su reino.

Así pues, si nos arrepentimos de corazón de nuestros pecados delante de él, tenemos un ancla segura para nuestras almas, una fuente inagotable de gracia y verdad, y la promesa segura de una eternidad en la presencia amorosa de Dios.